¿Transformación?

¡Vota!

J.C. SanTa

5/27/2024

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Decían que era el Mesías

Y resultó ser todo un fiasco.

Es de esos tipos que da asco

mirando sus tropelías…

¡Están contados sus días!

Por desgracia, todos los días hay algo «nuevo» en nuestro panorama nacional. No importa en qué momento lo leas, ni importa en qué estado del país vivas. Todos los días, a diario, hay que reportar alguna situación incómoda, incorrecta, dolorosa. Esos son los momentos que nos llenan de rabia, de impotencia; son esos sucesos que nos hacen replantear nuestra situación política y social. Nos hacen sentir o nos hacen insensibles todos y cada uno de esos eventos que tanto duelen.

Recuerdo que durante los años 70 y 80, en el crimen organizado existía un código de honor. Estaban mucho más organizados que hoy, aunque resulte grotesco afirmarlo. Si bien es cierto que existían ciertos arreglos con los gobiernos locales, estatales y federal («me dejas trabajar y no te mato a tu gente», por ejemplo), siempre que había una disputa por mercancía o por terrenos (las mentadas «plazas»), sabíamos que el Cartel de los Pelones se había agarrado a balazos en la sierra de Guerrero (por ejemplo) con el Cartel de los Peludos y que solamente se habían matado entre ellos. No mujeres, no niños, no ancianos. ¡Se mataban entre ellos! Sabíamos de secuestros de personas importantes para el sector empresarial, o bancario, había grupos disidentes como el Ejército del Pueblo de Lucio Cabañas, que secuestró al entonces senador Rubén Figueroa. Genaro Vázquez también tuvo su parte activa en los movimientos de descontento social hacia el gobierno (nota: tanto Vázquez como Cabañas, egresaron de la Escuela «Raúl Isidro Burgos», mejor conocida como la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa) pero esos movimientos eran entre ellos y los gobiernos. A saber, nunca hubo muertos civiles que lamentar. Cuando la Liga Comunista 23 de septiembre intentó secuestrar y asesinó al empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, muchos de los integrantes de la célula fueron presos y puesto en libertad por una ley de amnistía en los años posteriores (¿recuerdan que el «historiador» Pedro Salmerón calificó de «valientes jóvenes» a los guerrilleros de la LC23S?). Y así nos han ido los días, permitiendo los abrazos entre las cúpulas tan simples como la de una comisaría o una municipalidad, hasta llegar a las altas esferas del desgobierno que hoy nos aqueja. El colmo es enterarse de que un pequeño de once años muere tratando de defender a su mamá de un grupo de secuestradores, mientras la policía siguió al pie de la letra cierta conseja («¿Quieres llegar a policía viejo?¡Pues hazte pendejo!»). Pero estos casos son solamente algunos de los que apenas nos enteramos por ser tan sonados e «importantes» así, entre comillas, porque igual de importantes son los muertos de las altas esferas que nuestros muertos.

Los crímenes en nuestro país van al alza. La desconfianza, la seguridad, la paz, la tranquilidad, a la baja. El miedo es un termómetro que nos está llevando a sufrir una fiebre convulsiva que, como sociedad, nos está matando. Ya perdimos esa capacidad de que alzamos la voz y somos siquiera oídos aunque no escuchados. Ahora somos para el senil un enjambre de abejas que le molestan, que lo importunan y no pierde oportunidad para descalificarnos, para minimizarnos. Es tan ególatra que no se ha dado cuenta de que esas abejas tienen un aguijón y que, en grupo, le vamos a joder la vida.

Sé que ustedes, como yo, están harto de mentiras, de falsas promesas, de abrazos y de balazos, de muertos y desaparecidos, de costos elevados de la vida, de ver que el erario sangra y está en estado crítico. No, de abrazos, nada. Los muertos suceden a los muertos y que yo sepa nadie, absolutamente nadie de la cuatroté ha expresado su pesar, ha aventado un pésame a los muertos de su sexenio, porque son su responsabilidad, porque son su resultado, porque son esa marca que los va a acompañar a lo largo de la historia. Así van a pasar, como el gobierno más sangriento de la historia, con más muertos que jamás serán justificados. Este país necesita una revolución en el sentido de cambio que tiene que hacerse de raíz, desde sus cimientos, desde abajo y hacia arriba. El mentado Mesías no ha hecho absolutamente nada; no quiso, no pudo. No se le dio la gana y más que transformar, deformó lo poco o mucho que nos quedaba de país.

Este dos de junio tenemos la oportunidad de demoler esas viejas instituciones modernas, tenemos el zapapico en las manos con una sencilla equis. Usémosla con responsabilidad. Basta ya de injusticias en nombre de la justicia, basta ya de que algunos dejen morir a nuestros niños y pidan apoyo para los niños de Gaza, o de Venda, o de donde sea. Basta ya de caretas, de mascaradas, de circos de tres pistas. La solución es fácil:

Vota.