Pienso, luego elijo
Debemos reflexionar si nuestro voto será para que México regrese al pasado.


Desde que México es México, hemos tenido ejemplos fehacientes de corrupción, de compadrazgo, de amiguismo, de nepotismo y muchos ismos más. No, no fue necesario que triunfara la Revolución para que terminaran; por el contrario, esos modos parecieron hacerse costumbres de manera sustancial, para que sus actores quedarán recordados más por lo malo que por lo bueno de sus mandatos, maniqueamente hablando.
Históricamente hablando, podemos recordar que el general don Porfirio Díaz se perpetuó gracias a su amor al poder y a sus métodos prácticos poco ortodoxos. Alianzas al estilo medieval, hicieron que nombrara a su hermano, su sobrino y su suegro generales, gobernadores y funcionarios. En sus palabras, «en la política no tengo amores ni odios» pero sí esa pasmosa facilidad de quedarse en la silla, al grado de que cuando Emiliano Zapata y Francisco Villa llegaron a la ciudad de México, quisieron quemarla porque - según ellos - ese mueble era motivo de muchos males nacionales. Si quemarla hubiese sido la solución, otro gallo cantaría.
Salté de manera deliberada al tal Benito Juárez, que si bien fue nombrado «benemérito de las Américas» por el Congreso dominicano, tiene mucho material que podemos analizar, pero no, es una pérdida de tiempo magistral hacerlo. Nada del pastorcito oaxaqueño, nada del abogado que hizo maravillas: me quedo con que el 21 de marzo es el día del desfile de primavera y que su inexpresivo rostro aparece, por mandato de uno de sus pretensos emuladores, en los billetes de quinientos pesos. Ya en otro momento lo despedazo a gusto.
Otro de esos maravillosos estrategas fue el general don Bárbaro Ladrón, Álvaro Obregón, con sus «cañonazos» de cincuenta mil pesos. Así lo arreglaba él, presumiendo que era el presidente que menos había robado en la historia del país, porque sólo tenía una mano. El genio de un mercader de garbanzos que lo convirtió en el general en jefe de la división del Noroeste y, a la postre, presidente de la República que sobrevivió a un atentado dinamitero con mala suerte (para el bombardero), pero que cayó de bruces frente a un plato de mole atravesado por las muchas balas de diferentes calibres disparadas por un solo supuesto tirador. Otra historia.
¿Qué decir de don Plutarco Elías Calles y su Maximato, en el que tres «presidentes» gobernaron a modo, para que el despiadado don Plutarco fuera el poder tras el poder? Se contaba que el vulgo decía, refiriéndose al «bueno» de la película: «aquí vive el presidente. El que manda vive enfrente». Títeres a modo, hasta que al general michoacano Lázaro Cárdenas creyó que era demasiado, que no quería que le llevaran de la mano y desterró a quien lo puso al frente del poder. ¿Malagradecido, autónomo, antiautoritario? La opinión es de cada quien y que así sea.
Salto. El licenciado José López Portillo (que llegó a la presidencia del país sin un opositor en las boletas), tuvo a bien nombrar a su hermana Margarita directora de la recién creada RTC, dirección general de Radio, Televisión y Cinematografía. Nepotismo que culminó llamando a Margarita como Nalgarita y la Pésima Musa y con un «cine» mexicano pletórico de ficheras y albures. Tampoco voy a hablar de perros chillones. Qué flojera.
Son apenas unas cuantas gotitas de todo lo que ha sucedido en la historia de nuestro país y, si se dan cuenta, quien ahora detenta el poder no es más que una mala mezcla de todos aquellos presidentes que han tenido a bien (por así decirlo) ponerle en la madre a México; algunos por sus decisiones, otros por falta de ellas, tibios algunos y fríos otros, seres humanos a final de cuentas. Todos comían, iban al baño, les sudaban las bisagras, eran sometidos al poder de arriba y a final de cuentas todos se murieron. Muchos de los actuales mandatarios locales, estatales y federales se sienten paridos por Huitzilopochtli y no, no es así. Según el tumbaburros, un mandatario es la persona que recibe la confianza de otra para actuar en su nombre, llamado mandante. Es decir, cualquier funcionario público es un empleado que tiene la obligación de cumplir lo estipulado para aquello que se le contrató, para lo que fue electo, no hacer su sagrada voluntad y cumplirse caprichitos como niño de kínder. Se trata de hacer crecer al país, no de regresarlo al pasado.
Como dice el dicho que «quien no conoce su historia, está condenado a repetirla». Basta ya de populismo barato, de hermanos que no dicen ni pío, de trenecitos ecocidas, de gastos innecesarios y de dejar de echarle la culpa a los demás. Para eso se les nombró, para que limpien el cochinero y busquen soluciones, no culpables.
Por estas razones, lee, investiga, razona tu voto, no te vayas como gorda en tobogán con amenazas de que te van a quitar tal o cual ayuda, porque existen por mandato constitucional, porque ya estás harto de seguir manteniendo ninis parasitarios con los impuestos que pagas para que ellos no hagan nada. Recuerda que la historia la escriben los vencedores y nosotros vamos a escribir nuestra historia, la de un México mejor.