Jose Agustín y la «Cocina del alma»: un tributo
Un breve tributo a una de las mejores columnas musicales que ha habido en México


José Agustín, escritor mexicano representante del movimiento literario sesentero denominado «la Onda» falleció el 16 de enero de 2024, a los 79 años de edad. Dicha noticia me motiva escribir este pequeño tributo, porque José Agustín cambió mi vida para bien y por ello siempre le estaré agradecido.
Ahora bien, debo confesar algo: no soy un fanático ni un conocedor de la obra literaria de José Agustín. Solamente he leído La tumba (1964), y de esto ya tiene varios años (unos diez, será). Debo admitir que no me desagradó, aunque tampoco me dejó una huella muy profunda (tal vez deba volver a leerla algún día, y leer algunas otras de sus obras). Me parece que el mayor valor que recuerdo de dicha novela es que refleja muy bien el tiempo en el que se escribió, con todos los cambios sociales propios de la década.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, José Agustín influyó en mi vida hasta el día de hoy mediante sus letras. Y quien, como yo, haya leído La Mosca en la Pared a inicios de los 2000, recordará el nombre de una columna muy particular. Me refiero, por supuesto, a La Cocina del Alma.
Bautizada como la canción de The Doors, La Cocina del Alma no podía faltar en cada edición de La Mosca. Escrita en su muy particular estilo, en ella, José Agustín hablaba sobre una banda o músico, en su mayoría, no tan conocidos por el gran público. Leer La Cocina del Alma cada semana traía consigo un nuevo descubrimiento musical y un nuevo pendiente en una lista de «álbumes a conseguir» (especialmente, mediante importación en alguna tienda especializada o en el tianguis del Chopo; en esa época no contábamos con los servicios de streaming).
Aunque conocí a varios grupos mediante La Cocina del Alma, hubo dos que, de no haber sido por el buen José Agustín, tal vez no hubiese descubierto; o los hubiese descubierto más tarde, pero con menor impacto (los servicios digitales no son capaces de replicar la emoción que cuando uno sentía cuando iba a comprar/recoger un disco difícil de conseguir, lo cual era una proeza digna de orgullo). Me refiero a Morphine (¡alt-rock sin guitarras pero con saxofón!) y a It’s a Beautiful Day (pop psicodélico de primera categoría, con el violín como uno de los instrumentos principales). Dos grupazos, infravalorados en su época (en los noventa en el caso de Morphine y los sesenta en el caso de It’s a Beautiful Day) y todavía más infravalorados en las décadas subsecuentes: es raro verlos en alguna lista de los mejores álbumes, de esas tan gustadas y promovidas por revistas como Rolling Stone.
He aquí una muestra de Cure for Pain, de Morphine:
Y he aquí una muestra de White Bird, de It’s a Beautiful Day:
Así que, José Agustín, donde sea que te encuentres, quiero agradecerte por haberme presentado a dos de los grupos que han formado parte de la banda sonora de mi vida, a esta música maravillosa que he disfrutado con mi familia y amigos. José Agustín, aunque no conozca tu obra en profundidad, debo decir que muchos de nosotros, melómanos, roqueros, curiosos, te estamos muy agradecidos por habernos guiado por este mundillo del rock al regalarnos cada edición de La Cocina del Alma. Espero que en donde te encuentres, hayas volado junto a un pájaro blanco y que, por fin, hayas encontrado la cura al dolor.