Duelo
Así las cosas.


Y todos ilusionados
nos salimos a votar.
No, nadie podía imaginar
que nos iban a dejar
vestidos y alborotados.
«… Reconocí ayer mi derrota porque soy una demócrata y creo en las instituciones...»
Con estas palabras, Xóchitl Gálvez, bajas los brazos. Con estas palabras nos dejas con las manos vacías, con el grito de esperanza ahogado en sangre en la garganta. Bien dice mi gran Fray Maese que siento como si un amigo de toda la vida hubiera muerto. Con estas palabras dejo de creer en el sueño de que los mexicanos podemos mejorar nuestro presente, con estas palabras dejo de creer que en México hay valores, con estas palabras dejo de creer en aquello que me hacía ir codo con codo de un ideal. Con estas palabras, Xóchitl Gálvez, has muerto para mí. Y no, no eres ese amigo de toda la vida. Eras ella. Te prefiero viva en la memoria que vacía en mi presente.
Ese discurso derrotista lleno de florituras y de falsas esperanzas me regresa al pasado que antes vivimos, al de un México valiente, que se crecía ante las adversidades, que era solidario, que no distinguía de azules y rojos, que era ese pueblo hermano de todos en la desgracia, que tenía un trozo de pan para quien lo necesitara, que se quitaba el abrigo por alguien más. El dos de junio México aceptó vivir en un presente retrógrado, en que los sueños se bañan en sangre para convertirse en pesadillas, en el que las manos se extienden para pedir, no para dar, en que las voces ya no gritan para ser escuchadas, sino que agradecen las limosnas de lo que era suyo. Dejamos los vítores de alegría por aplausos sincronizados como de focas en el circo, para agradecer al payaso el pedazo de pescado por hacer piruetas cuando él truena los dedos.
Me siento abandonado, traicionado, triste, abatido. Frustrado. ¿Sabes, Xóchitl, las veces que di la cara por ti, las veces que te defendí, las veces que aguanté improperios por creer en ti? No, claro que no lo sabes. Resultaste ser un rifle de salva y de una sola carga. Te rendiste sin pelear, te diste por satisfecha, nos diste espejitos de humo mientras te dimos nuestro oro, nuestro tiempo, nuestra fe. Ya todo eso no importa. ¿Ya para qué llorar si quien tuvo que defenderse no supo meter las manos? Nos regalamos a ti y tú nos vendiste. No soy el único que te creyó, ni que te defendió, ni que te dio lo mejor que tenía, lo más preciado, lo más valioso: nuestro tiempo, nuestra convicción, nuestras esperanzas y nuestro cariño. Nos hiciste creer en ti, a quienes te defendimos hasta el extremo y ahora tú nos abandonas a nuestra suerte. No fue una lucha pareja: era Xóchitl contra el sistema, pero no estuviste sola ni un momento. De nada valieron mareas, marchas, manifestaciones… ¿Ya te diste cuenta de que esas tres palabras comienzan con eme, con eme de madre? Sí, te valió madre todo y doblaste las manos. No doblaste a México, lo empinaste al declararte vencida, pero, ¿sabes qué? Te rendiste tú, yo no. Yo no voy a bajar la guardia y voy a seguir rompiéndome la madre hasta lograr terminar con esta pesadilla. Sin ti mejor que contigo.
¿Recuerdas que a Luis Donaldo Colosio lo mataron por querer brincar las trancas? No, no te estoy pidiendo que te dejes matar, porque no dudo que esté narcogobierno de mierda te tenga amenazada. No me duele otra cosa que el que nos hayas dejado morir. Eso no se vale, Xóchitl. Mejor morir de pie que vivir de rodillas, mejor no hacer pactos de sangre, mejor no tocar ninguna puerta. Mejor seguiremos adelante solos, yo y quienes piensan como yo, que no nos vamos a dejar caer tan fácilmente, y si nos tiran nos vamos a levantar otra y otra y otra vez. Hemos podido salir adelante con un Miguel de la Madrid, con un Luis Echeverría, con un Plutarco Elías Calles. Así podremos salir adelante, así podremos acabar con esta porquería de gobierno que nos está dejando huérfanos y enfermos. Gracias, Xóchitl Gálvez, por hacerme dar cuenta que solo nací y que solo me voy a morir.
Ya no me dueles. Mi duelo es por México.
Autor: Sáshenka Gutiérrez | Crédito: EFE