De Yucatán para el mundo
«Vayas a donde vayas, vas a vivir de maneras diferentes, pero una cosa es segura: la Muerte es la misma para todos...».


En estas fiestas de muertos
yo no cambio a Yucatán:
los que se mueren están
disfrutando de lo lindo
de su fiesta, Hanal Pixán.
Definitivamente, las ofrendas más valiosas no son las que tienen muchas veladoras rodeando las fotos de los difuntos, ni flores desde la entrada de la casa, o el olor al copal que se percibe desde una calle antes, ni manteles de papel y menos comida que se va a tirar. Para mí, la mejor ofrenda se pone en el corazón.
Es cierto, son los días llamados de muertos en que, por tradición y desde los antiguos mexicanos (que no se llamaban mexicanos, ya sé), el rito a los muertos era, por ley y de acuerdo a su cosmogonía, fiesta de guardar. Solemnidad, cinco años de ritos hasta que se consideraba que el muerto llegaba al Mictlán y ya, se dejaba que aquel viviera en el mundo de Mictlantecuhtli. Esa solemnidad que nos acompaña porque el perder a un ser querido es cosa triste, el que alguien a quien querías con el corazón se muera, obliga de momento a que una parte de ti se muera; ha habido casos de que la gente se deja morir al faltarle su pareja, porque no conciben otra forma de vida si no es con ella.
Escuché en algún momento a Odín Dupeyrón decir «ya no llores, Fulanita (la difunta) no te querría ver así… Si no me quería ver así, entonces ¿pa’ qué se murió?». La Muerte nos da muchas visiones de la vida. Eso lo sabemos quienes hemos perdido a mamá, a papá, a un hijo, a un hermano, a un familiar que queremos con toda el alma y que sabemos que – físicamente- no volverá a estar con nosotros. Oye, J.C., ¿por qué escribiste “queremos” en lugar de “quisimos”? Simple, porque no han muerto para mí, porque siguen presentes en mi vida, porque no los he dejado de amar, de querer, de recordar, sobre todo en sus momentos graciosos o tiernos o chuscos. Por eso es que los quiero, porque están en la silla vacía, en las noches de bohemia, en las canciones, en los bailes y en las recetas de cocina.
Nací y crecí con las ofrendas a los muertos. No altares, a pesar de que hay persona a quienes adoramos como a un dios. Se les ofrenda, una vez al año durante algunos días, aquello que les gustaba en vida y que sarcásticamente se dice que es lo que los mato: licores, cigarros, comida, juegos de azar y así, entre flores y veladoras y, en mi caso particular, una cartita escrita de puño y letra para esa persona especial (mi Jefecita Santa enmascarada de Plata), que después, en un momento determinado de las fechas, quemo, con la idea de que le va a llegar, de que la va a leer. Es mi necroversión (sic) de los globos de los niños a los Reyes Magos. Era, fue, mi momento de solemnidad, de añoranza, de recuerdo y hasta de semi depresión porque ya no estaban físicamente conmigo esos seres amados. Poco a poco entendí que nadie se va del todo si se le recuerda, y que las sillas vacías no lo están del todo, y que puedes llegar a escuchar, a oler a esas personas que se fueron porque la mente hace su trabajo de retentiva y te los representa en la forma quizá de un déjà vu o porque efectivamente se presentaron por un momento junto a ti. La mente es muy poderosa, y la memoria lo es más; sobre todo la memoria del corazón a la que llamamos agradecimiento.
Las costumbres en Yucatán son diferentes en forma, pero iguales en fondo y, la verdad, me gustan más. Aquí no hay Día de Muertos, aunque el “Halloween” se hace presente menos que en el centro del país, al menos eso es lo que recuerdo. Aquí existe el llamado Hanal Pixán que es la fiesta de las almas. Es recordar a aquellos que se fueron, que trascendieron, que entraron a una ceiba para purificarse (según los antiguos mayas) y poder llegar a ese sitio de descanso eterno. Los paseos de las ánimas son en verdad fastuosos en cuanto a su contenido de tradiciones, porque ves pasar calaveras mestizas sonriendo, con una luz en sus manos, regalando saludos y haciendo de la muerte una fiesta. Las personas esperan la visita de sus familiares con gusto, no con tristeza, porque saben que van a probar el pib (tamal que es especial para estas fechas y que es una delicia), que podrán degustar al mismo tiempo que sus familiares un buen trago de Xtabentún, que podrán hablar de ellos y ¿por qué no? Con ellos. Hay, habremos, es cierto, muchos foráneos que llegamos con nuestras tradiciones y nuestros muy particulares puntos de vista acerca de la Muerte, pero lejos de imponerlas, creamos nuestro propio mestizaje cultural mezclando ofrendas con altares, mole poblano con pibitos. Nos vamos volviendo parte de esa cultura maya, de esa importancia que tiene la Muerte después de la Vida, de esa integridad que es vivir no para morir, sino para trascender.
Necesitas vivir esta cultura, estos ritos mayas, esta parte de México que está llena de misticismo, que te permite vivir en paz contigo mismo y con los demás. Por eso es que Yucatán se resiste a los foráneos, para que no lleguen con esa malicia que no ha sido presente a gran escala durante siglos. Vivir, entender, adaptarte tú a ellos, te puede llevar a ser un mayuca, una especie de «yucateco adoptado» porque ya eres yucateco naturalizado, porque te aceptan y te comparten ritos y costumbres, y te hacen parte de su vida cotidiana. Perdón, no hablábales de esto, pero me apasioné.
Cuando visitas los cementerios en Yucatán, puedes entender por qué parecen multifamiliares antisolemnes, diferentes a los panteones que puedes ver en otras partes diferentes al sureste mexicano. Entiendes por qué no existe la «perpetuidad» y por qué existen las cajas de lámina o de zinc, y por qué los colores amarillo hacienda, y los sombreros, y los hipiles, y los balones y las sonajas, o tantas y tantas cosas que al inicio ves con respeto, con asombro, pero que para algunas personas pueden llegar a ser irreverentes. Es la fiesta de la Muerte, es esa trascendencia de la Vida, es encontrar «las semillas» de quienes ahora están en un nivel superior de acuerdo a las creencias mayas antiguas. Como muchas costumbres o creencias, me quedo con ella porque me conviene, porque me gusta, porque me hace sentir que estaré presente aun sin estarlo, no solamente en las fiestas del Hanal Pixán, sino todos los días posteriores a mi vida, que es una especie de preparación para la Muerte y vivir en el paraíso maya.
Vaya a donde vaya, la Muerte se va a vivir de diferentes maneras. Vayas a donde vayas, vas a vivir de maneras diferentes, pero una cosa es segura: la Muerte es la misma para todos en el aspecto de ausencia de vida, porque todos podemos perderla en cualquier momento y en cualquier circunstancia, pero no todos vamos a vivir la Muerte como se vive en Yucatán. Como sea, se trata de vivir a plenitud, pero admirando siempre el respeto dentro de la fiesta que se tiene por la Muerte.
¡Gracias, Yucatán por esa manera de vivir la muerte!