De chapulines a chapulines

De delicias gastronómicas y desgracias políticas.

J.C. SanTa

3/19/2024

Les presento una especie de drama político-gastronómico que a algunos se les puede antojar, a otros les dará asco y no faltará quien quiera pasar de largo. Como sea, les convido el siguiente texto esperando sea de su agrado e interés y descubran las abismales diferencias aquí escritas.

El tumbaburros dice que chapulín -del náhuatl chapōlin, de chapā[nia] ‘rebotar’, y ōlli ‘hule’, «insecto que brinca como pelota de hule»- es el nombre común de algunos insectos ortópteros nativos de México y Estados Unidos; son unos bichos muy simpáticos aunque se convierten en una plaga si se les permite. Aunque hay a quienes no les gustan, los chapulines son criados especialmente para ser consumidos, junto con los escamoles, chinicuiles y acociles. Para desplazarse de un sitio a otro, saltan: las dos patas traseras de estos animalitos son largas y fuertes, lo que les permite saltar o catapultarse hasta veinte veces la longitud de su propio cuerpo. ¿Fuiste un niño inquieto? ¡Entonces parecías un chapulín!

Ahora hay quien sugirió regresar a la antigua alimentación mexicana (meu Deus), dando en el clavo apenas hace unos días, aunque de manera poco afortunada y descubriendo el hilo negro del porqué nuestros abuelos consumen estos animalillos desde tiempos ancestrales: entre sus beneficios para el organismo, al consumir estos chapulincitos se encontró que contienen entre el 60 y 70 % de proteínas de buena calidad, pueden ser igual o más nutritivos que la carne de res, pollo o cerdo. No me crean, pero hago una suerte de pizza con tortilla de maíz, salsa de chile guajillo, queso Oaxaca y chapulines que nada le pide a las de Lirucísar. Si gustan la receta, me avisan por favor.

Dejemos en paz a estos sabrosos amiguitos. Vamos ahora con otros chapulines. Se le llama así a todas aquellas personas que saltan de un puesto a otro, de un sitio a otro, de un partido a otro para beneficio personal, para beneficio propio. En algún momento de nuestra vida hemos sido chapulines (sobre todo en nuestra infancia) por una infinidad de causas: cambiamos de equipo en la escuela o en el trabajo, dejamos de ser amigos de aquel para ser amigos de este, nos fuimos a la empresa que es competencia de la que trabajábamos y así. Ejemplos, insisto, hay muchos, pero siempre buscamos nuestro bienestar personal y buscamos no joder a nadie más, sobre todo si depositaron tu confianza en ti. Se puede confundir a un chapulín con un chaquetero (que es quien se cambiaba la chaqueta, de bando, sobre todo durante la Revolución: carrancistas que se hicieron villistas, maderistas que se volvieron zapatistas, porfiristas que se hicieron tarugos y bueno, sigue y sigue). Ahí está mi general Felipe Ángeles, quien fue egresado del Porfiriato, se hizo maderista y después villista, en ambos casos por convicción y una clara visión de lo que el país requería en esos momentos. Eso no lo hace un traidor, pero tampoco es para que mancillen su memoria poniendo su nombre a una sucursal de Bodega Aurrerá en Santa Lucía.

Existe el caso de un general allá, durante el sitio de Querétaro, que siendo jefe imperialista de la plaza, la vendió a los mal llamados liberales (periodicazo en el hocico a ya sabes quién), hecho que culminó con los fusilamientos de Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía, dando por terminado el Segundo Imperio Mexicano. Este general de cuyo nombre no quiero acordarme, murió en la más miserable de las miserias y repudiado por propios y extraños por traidor, por chapulín. En casos más o menos extremos, tenemos un chapulín por antonomasia: el tal Manuel Bartlett Díaz, miembro originario del Partido del Trabajo quien dejó el partido político que lo hizo, el Partido Revolucionario Institucional, para migrar al mentado Movimiento de Regeneración Nacional. Ni hablar del pejelagartus hociconis, quien ha pasado por todos y cada uno de los partidos políticos habidos y por haber, hasta crear su propio embudo del cual es amo y señor. Pregunta sarcásticamente seria: ¿no hasta un himno le compuso al PRI?

En estas tierras yucatecas, que me recibieron con los brazos abiertos, manda el Partido Acción Nacional, compartiendo alcaldías con el PRI. De ambos partidos han salido chapulines que saltan de allá para acá, y algunos de ellos terminan regresando con papá. Los chapulines más sonados fueron, en su momento, Jorge Carlos Ramírez Marín, el Gordito Marín, quien después de ser senador por el PRI, y tras perder la alcaldía de Mérida con Renán Barrera Concha (por cierto, candidato a gobernador del PAN), optó por irse brevemente al Partido Verde Ecologista y luego a MoReNa, donde le recetaron un sonoro patadón en salvas sean las nalgas, al declinar la precandidatura para gobernar Yucatán, a favor de Joaquín Díaz Mena, el Huacho. Ahora al Gordito lo ven en los mercados buscando apoyo. Apoyo, ¿para qué? Solamente él sabe.

El otro, reciente, es el del ex nadador olímpico Rommel Aghmed Pacheco Marrufo, aka Rommel Pacheco. Diputado local en Yucatán y aún en funciones, vio la oportunidad de chapulinear y «unirse al proyecto de la doctora Dientes de pianola vieja», dejando sus ideales panistas para volverse un chapulín más del sistema, que seguramente será premiado con la medalla de la Gingivitis al mérito porque difícilmente va a ganar la alcaldía de Mérida, teniendo enfrente a Cecilia Anunciación Patrón Laviada.

Hay de chapulines a chapulines. Los de dos patas tienen la facilidad de volverse rémoras dentro de un sistema donde no hay políticos de carrera, sino carrera de políticos.

Me disculpo con los bichitos: ellos no tienen la culpa de nada.

¡Qué bichito tan gracioso

que brinca pa’ todos lados!

¡Es un ente lujurioso

que busca muy afanoso

disfrutar de lo votado!