Candidatos: el blanco
¿Cómo elegimos a nuestros servidores públicos? ¿Con las vísceras o con la razón?


Y como cada seis años, inicia la carrera por la presidencia de la nación. Inicia el concurso de promesas de campaña, y los candidatos son una copia fiel de los ángeles del cielo. O al menos así vemos a nuestro candidato, a nuestro preferido, a aquella persona en la que vemos reflejadas nuestras esperanzas, con quien nos identificamos, en quien tenemos fincadas nuevas miras de un futuro mejor o simple y sencillamente nos decantamos por el candidato que puede darle batalla al oficial.
Esto es terrible - en muchos de los casos - porque la mayoría de los electores votantes potenciales solamente buscan el desquite y disparan ese voto de castigo que es bien ganado a manera de revancha, aunque no consideran en lo absoluto lo que debimos haber aprendido sobre la marcha: el político de carrera, el servidor público, nuestro representante no es. Todos aquellos que deciden ser políticos entran a la carrera para lograr una posición que se les vuelva posición, su modus vivendi; no son servidores públicos, sino que se sirven de sus electores para lograr sus metas. No sirven al pueblo: se sirven de él. No nos representan, no a nuestros intereses, sino a la rancia alcurnia de la que son herederos. Grandemente, los políticos son un asco. Insisto, cada quién.
No dudo ni tantito que existan esos políticos que de verdad se preocupen y se ocupen de su electorado. De verdad que no, pero resulta que no he encontrado alguno a quien no le hayan sacado sus trapitos al sol. Ya sabemos que en el afán de ganar una elección, un puesto de elección popular, no nos faltan adjetivos descalificativos para atacar a nuestros rivales. Que si gorda, que si chimuela, que si tartamudo o pelón, que si no sabe leer, que si se viste como caja fuerte (porque no le encuentras la combinación por ninguna parte) y así, solamente buscamos atacar todo aquel «defecto» físico que encontremos y nos burlamos del candidato opositor haciendo memes y de ahí pa'l real. Pocas veces nos tomamos de verdad la molestia de investigar la preparación académica (a veces nos demuestran que no saben ni leer) o su trayectoria laboral (muchas veces hasta en la Fuerza Aérea, por eso de los aviadores). Ya sabremos si es sobrino de quien fue gobernador, o si es hija de un miembro del gabinete de aquel presidente, o si su esposa es secretaria de estado o algo así.
A veces no es necesario hacer ninguna investigación de ningún tipo. Sabemos que nuestro candidato es la divina garza envuelta en huevo y que nada, ni nadie, podrá descalificarlo. Va a ganar porque así lo queremos, porque así está escrito, porque así debe ser. Y si alguien osa atacarlo, nos vamos hasta con la cubeta, y si no gana, declaramos a una sola voz «¡fraude, fraude!», y salimos a las calles para exigir lo que sea que haya que exigir, para pedir lo que haya que pedir, para romper lo que haya que romper y así. Y nuestro candidato desde la comodidad de su casa de campaña sonríe y declara que no se va a rendir en esa lucha que es nuestra, porque nuestra es la victoria, porque está con nosotros y ese montón de cosas bonitas que a veces dicen los candidatos.
Bueno, ¿y sabemos la etimología, el significado de la palabra «candidato»? El ficcionario dice que «candidato» proviene del latín candidus, que significa «blanco». No, no como objetivo, sino como color significado de pureza, de humildad, de fidelidad; ora verán: en la antigua Roma, cuando un romano se proponía para ocupar un puesto público, se vestía con una toga blanca para que sus potenciales electores vieran que él era el adecuado por ser humilde, por ser fiel, porque debido a sus cualidades morales era más apto para ocupar un puesto importante. Hay quien dice que los candidatos romanos se abrían la toga para que la gente pudiera ver sus cicatrices de guerra, demostrando que era muy, pero muy valiente. Vemos que todos los candidatos se mostraban como el mismísimo padre de los dioses hecho muñeco. ¿Y para qué? Para ganar las elecciones. Cosa curiosa: sí hacían promesas de campaña, pero no se tiene registro de que ningún candidato romano regalara despensas, tinacos o pintura, ni haciéndose frescos mientras atiende a la mamma de il capo di tutti capi a bordo de una elegante cuadriga. En fin.
Candidato, candidus, the same energy aunque con intereses diferentes.
Blanco, pureza, luz.
Cándido (sustantivo): Se dice de aquel inocente, crédulo. Elector que se traga por completo los sapos que le arrojan entre propagandísticas papeletas y promesas que ni a su madre hicieron, aceptando bolsas de mandado impresas con coloridos mensajes inspirados por los santos del cielo. Dícese de aquel que cree que el asesino confeso es inocente, aunque traiga las manos manchadas de sangre.
No seamos cándidos. Elijamos bien a nuestro candidato de manera cerebral, no visceral. Vamos por un México limpio, de energías, de gente, de delincuencia, de corrupción, de miedo. Vamos por un México libre de expresarse, libre de viajar, de trabajar. Seamos, aunque sea por una vez en nuestra vida, coherentes entre lo que necesitamos y lo que queremos. Se nos queda de tarea.
Ha bajado del cielo
un candidato excepcional:
dice que no hará mal,
que trae los pies en el suelo
por la gloria nacional…