Adiós, mi Yucatán
¿Y ahora cómo le irá a Yucatán?
Llegó a ser gobernador
el mugroso ese del Huacho,
- «¡biba la trasformacion!»
grita el chairo sin empacho.
¡Bomba!
Cuenta la conseja popular que siempre en las cosas ajenas suceden las desgracias. Es cierto, aunque en cierto modo se justifica que eso ocurra. Hay muchos ejemplos claros de tan cotidianos que son y bueno ¿Por qué no mencionar algunos? Vamos a reírnos mientras reflexionamos o al revés.
En algún momento de mi vida, aprendiendo a manejar, fui de pegoste con mis hermanos de Ecatepec a Casa de la fregada número 973, en el auto de uno de ellos. Todo bien, hasta el regreso que me ofrecí a manejar (ya sé) y la camioneta atravesó un camellón de lado a lado, un camellón de esos de Iztapalapa. Aterricé del otro lado del camino con todos los ocupantes ilesos aunque con las cuatro llantas ponchadas. Sí, había refacción, pero era una sola. ¿Resultado? Después del viacrucis para reparar las llantas a la hora de la madrugada (que sí pagué el dinero que se consiguió en una época en que no existían los celulares), me fue vedado volver a conducir cualquier carro de mi hermano, aunque fuese por una emergencia. No puedo culpar a la noche, no puedo culpar a la playa, ni puedo culpar a la luna: simplemente el descuido y la falta de atención en el camino, que al fin que la camioneta no era mía.
En casos más serios, todos hemos sido más o menos actores en las vidas ajenas. Resultamos ser quienes le damos en la madre a una relación o somos quienes sufrimos la ruptura. En ambos casos, hay daño, y en ocasiones este daño causa tragedias, pero ¿qué importa, si la vida que jodimos no fue la nuestra? Nada que el tiempo no cure; al dolor, distancia; un clavo saca otro clavo y así, regularmente, evitamos el dolor o la responsabilidad. O ambos. A veces la apatía, a veces el ai’ se va, el luego son ingredientes infaltables en la receta de la desgracia.
Pasadas las elecciones del 2 de junio, ocurrieron cambios que jamás pensé que sucederían. El guinda pintó gran parte del país y se perdieron muchos estados gobernados por la mal llamada derecha conservadora neoliberal capitalista. Una de dos, o el pueblo se cansa de tanta pinche transa y le dieron la oportunidad a los de color meconio, o el crimen organizado se desplegó de manera tal que los mismos candidatos perdedores se abstuvieron de siquiera estornudar como protesta ante el fraude electoral que, a decir verdad, nunca pensé vivir.
Particularmente en Yucatán, tierra que me abrió sus brazos llenos de historia y de gente valiosa y valiente, el tal Huacho Díaz resultó electo gobernador de los mecos (por meconios) pasando por encima del candidato blanquiazul Renán Barrera. Fue un robo, pero ahora a disfrutar lo votado. El Huacho es yucateco... Peeeeero es uno de los tantos chapulines que se han vuelto moda y mediana en nuestro país. Sí, militó en las filas del PAN y bueno, las oportunidades fueron mejores en el partido de la deformación.
¿Y qué chingados tiene que ver Joaquín Díaz en todo esto? Voy con mi hacha. A pesar de ser yucateco, empresario, ganadero y un par de cosas más que no son coherentes con la austeridad republicana que presume el predicente -sic-, este señor no tiene el menor ápice de honestidad ni de manejos decorosos. No les voy a escribir su piorgrafía porque no tiene sentido. A esto de que las desgracias siempre se suceden en las cosas ajenas y a este monigote Yucatán le resulta ajeno. Poco falta, nada más en cuanto tome posesión del estado comienza la verdadera desgracia, porque va a tomar posesión de algo que no es suyo. Le va a dar en la madre, va a dejar al estado viendo pa’l otro lado, con las llantas ponchadas y con una deuda de antología. Yucatán dejará de ser uno de los estados con menos inseguridad y delincuencia del país, con menos deuda, con menos pobreza y con menos derechos. El Huacho viene con todo a seguir podando selva para darle continuidad a los caprichos del senil sin importar que se vayan al carajo animales y plantas endémicas (estoy seguro de que no sabe qué significa endémicas), valiéndole enteramente madre lo que suceda con los cenotes, con las personas que viven del turismo, todo por un inútil trenecito que jamás será muestra de progreso. Ahora habrá que pagar derecho de piso (guarden estás líneas) para poder transitar y trabajar y vivir en Yucatán. Adiós la tranquilidad y la serenidad, adiós a dormir con las puertas abiertas, adiós a las tardes familiares de paseo, adiós al trabajo digno (aunque mal pagado). No es nuevo, pero ya es oficial que la delincuencia se hizo gobierno.
Adiós, mi Yucatán…