A ver, «machachos»

Ahí les va una pregunta muy seria...

J.C. SanTa

4/23/2024

Ver a don Elías Huayek de pie, cantando el himno nacional y saludando con el brazo derecho como una extensión de respeto cada 15 de septiembre, siempre resultó imponente. Libanés llegado a México en los inicios del siglo pasado, solos él y su alma, fueron conquistados por una mexicana de menos de un metro sesenta, contrastantes con sus dos metros de altura. A pesar de sus constantes «¡sírvele más kibi, Gume, sírvele más!», mientras mi papá batallaba con la carne de cordero cruda, revuelta con dátiles y nueces, a pesar de su árabe mexicanizado o de su español arabizado, siempre se dio a entender, a querer, a respetar.

Cada noche del grito, él era el primero en ponerse de pie y quitarse el sombrero o lo que fuera que trajera en la cabeza, en posición de firme y entonar, casi a gritos, el himno nacional. Inolvidable, su «Majacanos al grito de gue-erra», nos hacía reír a toda la chamacada, menos a sus nietas, que sabían que el abuelo, el papá grande, nos iba a reprender. «Machachos, ¿por qué no respetan la bandera y se están riendo? ¿Eso les enseñan en la escuela? ¿Ustedes no quieren a México?». Nosotros, mustios, poníamos cara de regañados, aunque con la risa tratando de escapar cuando escuchábamos su «u-un saldado en cada hijo te dio». Nunca aprendió a pronunciar el español de manera adecuada, o sencillamente no se le dio la gana porque era la manera en que no soltaba al Líbano, la tierra que le vio nacer y de la que tuvo que despedirse para hacer un mejor modo de vida en México. Para nunca regresar. Bien a bien, nunca supe a qué se dedicaba, en qué trabajó, pero era muy respetado entre la sociedad libanesa en nuestro país. Cuando murió, fuerte a sus ochenta y tantos a pesar del marcapasos, en un accidente de tránsito, se nos hizo un nudo en la garganta con aquella Canción mixteca que tanto le gustaba, y la tierra mexicana lo recibió como al hijo que era.

Como don Elías, vinieron a México muchos libaneses. No, no fueron los únicos en llegar y sería largo nombrar a todas las comunidades de extranjeros que hicieron de nuestro país su hogar. No todos han hecho de México su patria, y hay quienes reniegan de ella, pero no se van. Jamás será su patria en el sentido estricto de la palabra, porque no es la tierra de sus padres, pero sí la de sus hijos. La hija lograda de Elías no volvió a la tierra de su padre, pero hizo patria con su esposo y con sus hijas, y aprendió a amar a México, como lo amó si padre, con todo su amor, con todo su corazón, con todos sus valores, con todas sus virtudes y defectos. México es tierra de oportunidades. Decía Alexander von Humboldt que nuestro país tiene la forma de una cornucopia, de un cuerno de la abundancia y sí, es verdad.

La riqueza de nuestro país no solo se encuentra en sus playas, en sus montañas, en sus ríos y mares, en sus bellezas naturales, sino también en su gente, en sus tradiciones, en su fuerza de trabajo, en todos aquellos que temprano se levantan a partirse la madre trabajando, chambeando honradamente para llevar a sus hogares algo para que sus críos coman y vayan a la escuela, para que se eduquen, que se formen y sean hombres y mujeres de provecho. Muchos de nosotros nacimos aquí, carajo.

Viene una pregunta clave ahora que se acercan las elecciones y no, no es preguntarles por quién van a votar; el voto es libre y secreto. Esa es decisión de todos y cada uno de aquellos que estamos en edad de votar y que tenemos ese derecho y esa obligación cívica. Ustedes sabrán si votan para que le sigamos echando agua al barco o si eligen a alguien que nos comande para sacar la que tiene al interior. Hoy en día, México es una letrina rebosante de heces fecales. Tenemos que vencer el asco y jalar esa cadena, vaciarle un cubo con agua para que se limpie. Cada quién decide, y he aquí la pregunta:

¿Ustedes no quieren a México?

Amó a México el extranjero

y aquí dejó su corazón,

como pa’ que venga un cabrón

con sus aires de mesías

a joder todos los días.